miércoles, 17 de junio de 2009

Uruguay

Desde los primeros años del siglo XIX, un comerciante santacrucero establecido en Arrecife, Francisco Aguilar, fletó una expedición de 200 lanzaroteños rumbo a Montevideo. Con ella comenzó un período de intensa emigración desde Lanzarote y Fuerteventura hacia ese destino, no interrumpida por los avatares bélicos por los que atravesó la naciente República. Una expatriación que fue denunciada por las pésimas condiciones de la travesía y la explotación de los pasajeros que tuvo algunas trágicas consecuencias, como sucedió con la realizada por los hermanos Morales en 1836. Cegados por la codicia y la ignorancia contrataron más plazas que las que podían caber en la nave, por lo que faltaron los víveres y se llegó por el hambre hasta comer carne humana.
Esta emigración se convirtió, pues, en un lucrativo negocio tanto para amplios sectores de las clases dominantes canarias como para ciertos empresarios uruguayos. Tales expediciones fueron monopolizadas por dos poderosos empresarios de Montevideo: Juan María Pérez y Samuel Fisher, que no se limitaban sólo a negociar el transporte de colonos sino que poseían tierras propias a las que ataban a los pasajeros por las deudas del pasaje o las adquirían en ventajosas concesiones al Estado para destinarlas a proyectos de colonización. Una estadística de la época cifra la inmigración canaria al Uruguay entre 1835 y 1845 en torno a las 8.200 personas, lo que constituía un 17% de todos los inmigrantes y el 65% de los españoles. Fue una inmigración que transformó intensamente el interior del país, con un destino preferentemente agrícola. Con el estallido de la Guerra Grande en Uruguay, la situación de los canarios se agravó. Se suprimió la exención del servicio militar y se les obligó a alistarse en la Guardia Nacional a los comprendidos entre los 14 y los 45 años. Se dieron casos de niños de 12 años de edad que figuraron en primera línea de combate.
Entre 1877 y 1900 la emigración hacia el Uruguay continuó, pero no tuvo ya el relieve de la etapa anterior. Se calcula en 5.749 el número de inmigrantes que permanecieron de forma definitiva en la República Oriental. Por otro lado, entre las nuevas arribadas destaca el año crítico de 1878 en el que llegaron 2.951. Los saldos fueron negativos a partir de ese año con la crisis que afectó al Río de la Plata y la quiebra de la Banca Baring Brothers con fuertes inversiones en la región.
Los canarios contribuyeron al desarrollo agrario del país entre 1830 y 1880. Se dedicaron al cultivo de la tierra en los departamentos de Montevideo, San José, Maldonado y Colonia. Pese a ello se ocuparon también en empleos urbanos, como el comercio, o la artesanía, aunque el campo fue su actividad fundamental. En un país en el que la fiebre ganadera lo ocupaba todo, los isleños expandieron la agricultura. Tal influencia alcanzó en las áreas agrarias tales como Canalones, Colonia, San José y Soria, que hoy en día a los habitantes del primero de los distritos se les sigue llamando canarios y por extensión se les denomina a los de la zona agrícola del sur del país y a toda la población rural. Los cereales fueron su cultivo mayoritario, actividad en la que estaban adiestrados los lanzaroteños y majoreros por ser su actividad esencial. Tal especialización convirtió en voz común la expresión de que los uruguayos no sabían plantar sino comer carne y fueron los isleños los que les arrendaron las tierras y comenzaron a cultivar trigo y maíz. Al realizarse la trilla mediante el trabajo colectivo entre los vecinos, nació una costumbre la compañía, nacida de la solidaridad colectiva entre los paisanos. Esa endogamia de grupo no sólo jugó un papel importante en la producción, sino en los casamientos. Las relaciones de convivencia y parentesco entre los canarios permiten su supervivencia como tales, manteniendo vivos los lazos culturales y familiares a través del tiempo en las zonas rurales del país.

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